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El hombre se dirigió hacia el este. Tomó una cuerda y midió quinientos metros; luego me ordenó cruzar la corriente. El agua me llegaba a los tobillos. Enseguida midió otros quinientos metros, y nuevamente me ordenó cruzar la corriente. Ahora el agua me llegaba a las rodillas.

El hombre midió otros quinientos metros, y otra vez me hizo cruzar la corriente. Para entonces el agua me llegaba a la cintura. Midió quinientos metros más, y la corriente era ya un río muy hondo que no pude cruzar a pie. La única manera de cruzarlo era nadando.

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